jueves, 30 de diciembre de 2010

González era un ángel menos dos alas

Pequeña recopilación de poemas que no puedo dejar de leer de Ángel González:


  • ¿Cómo seré...

¿Cómo seré o
cuando no sea yo?
Cuando el tiempo
haya modificado mi estructura,
y mi cuerpo sea otro,
otra mi sangre,
otros mis ojos y otros mis cabellos.
Pensaré en ti, tal vez.
Seguramente,
mis sucesivos cuerpos
-prolongándome, vivo, hacia la muerte-
se pasarán de mano en mano
de corazón a corazón,
de carne a carne,
el elemento misterioso
que determina mi tristeza
cuando te vas,
que me impulsa a buscarte ciegamente,
que me lleva a tu lado
sin remedio:
lo que la gente llama amor, en suma.

Y los ojos
-qué importa que no sean estos ojos-
te seguirán a donde vayas, fieles.




  • Cumpleaños
Yo lo noto: cómo me voy volviendo
menos cierto, confuso,
disolviéndome en el aire
cotidiano, burdo
jirón de mí, deshilachado
y roto por los puños
Yo comprendo: he vivido
un año más, y eso es muy duro.
¡Mover el corazón todos los días
casi cien veces por minuto!

Para vivir un año es necesario
morirse muchas veces mucho.




  • Elegía pura

Aquí no pasa nada,
salvo el tiempo:
irrepetible
música que resuena,
ya extinguida,
en un corazón hueco, abandonado,
que alguien toma un momento,
escucha
y tira.





  • Eso era amor

Le comenté:
-Me entusiasman tus ojos.
Y ella dijo:
               -¿Te gustan solos o con rimel?
-Grandes,
                    respondí sin dudar.
Y también sin dudar
me los dejó en un plato y se fue a tientas.






  • Inventario de lugares propicios al amor
Son pocos.
La primavera está muy prestigiada, pero
es mejor el verano.
Y también esas grietas que el otoño
forma al interceder con los domingos
en algunas ciudades
ya de por sí amarillas como plátanos.
El invierno elimina muchos sitios:
quicios de puertas orientadas al norte,
orillas de los ríos,
bancos públicos.
Los contrafuertes exteriores
de las viejas iglesias
dejan a veces huecos
utilizables aunque caiga nieve.
Pero desengañémonos: las bajas
temperaturas y los vientos húmedos
lo dificultan todo.
Las ordenanzas, además, proscriben
la caricia ( con exenciones
para determinadas zonas epidérmicas
-sin interés alguno-
en niños, perros y otros animales)
y el «no tocar, peligro de ignominia»
puede leerse en miles de miradas.
¿Adónde huir, entonces?
Por todas partes ojos bizcos,
córneas torturadas,
implacables pupilas,
retinas reticentes,
vigilan, desconfían, amenazan.
Queda quizá el recurso de andar solo,
de vaciar el alma de ternura
y llenarla de hastío e indiferencia,
en este tiempo hostil, propicio al odio.






  • Me basta así
Si yo fuera Dios
y tuviese el secreto,
haría
un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
-de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso;
entonces,
si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día,
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando  -luego-  callas...
(Escucho tu silencio.
Oigo
constelaciones: existes.
Creo en ti.
Eres.
Me basta.





  • Mientras tú existas...

Mientras tú existas,
mientras mi mirada
te busque más allá de las colinas,
mientras nada
me llene el corazón,
si no es tu imagen, y haya
una remota posibilidad de que estés viva
en algún sitio, iluminada
por una luz cualquiera...
                                              Mientras
yo presienta que eres y te llamas
así, con ese nombre tuyo
tan pequeño,
seguiré como ahora, amada
mía,
transido de distancia,
bajo ese amor que crece y no se muere,
bajo ese amor que sigue y nunca acaba.






  • Muerte en el olvido

Yo sé que existo
porque tu me imaginas.
Soy alto porque tu me crees
alto, y limpio porque tú me miras
con buenos ojos,
con mirada limpia.
Tu pensamiento me hace
inteligente, y en tu sencilla
ternura, yo soy también sencillo
y bondadoso.
Pero si tú me olvidas
quedaré muerto sin que nadie
lo sepa. Verán viva
mi carne, pero será otro hombre
-oscuro, torpe, malo- el que la habita...



  • Otras veces
Quisiera estar en otra parte,
mejor en otra piel,
y averiguar si desde allí la vida,
por las ventanas de otros ojos,
se ve así de grotesca algunas tardes.

Me gustaría mucho conocer
el efecto abrasivo del tiempo en otras vísceras,
comprobar si el pasado
impregna los tejidos del mismo zumo acre,
si todos los recuerdos en todas las memorias
desprenden este olor
a fruta madura mustia y a jazmín podrido.

Desearía mirarme
con las pupilas duras de aquel que más me odia,
para que así el desprecio
destruya los despojos
de todo lo que nunca enterrará el olvido.




  • Otro tiempo vendrá distinto a éste...

Otro tiempo vendrá distinto a éste.
Y alguien dirá:
«Hablaste mal. Debiste haber contado
otras historias:
violines estirándose indolentes
en una noche densa de perfumes,
bellas palabras calificativas
para expresar amor ilimitado,
amor al fin sobre las cosas
todas.»
Pero hoy,
cuando es la luz del alba
como la espuma sucia
de un día anticipadamente inútil,
estoy aquí,
insomne, fatigado, velando
mis armas derrotadas,
y canto
todo lo que perdí: por lo que muero.





Para leer poesía os recomiendo la página http://amediavoz.com/






http://amediavoz.com/gonzalez.htm

domingo, 26 de diciembre de 2010

Diario de una enfermedad

  • 1. Movimientos


Tenemos la capacidad de resumir en un movimiento todo un estado de ánimo, toda una época, todo un sentimiento.
Te cojo la mano, dejas la tuya inmovil, como si no me sintieras.
 ¿Me sientes?
Me dispongo a apartarme, a soltarte.
No me dejas, me coges, escondes mis dedos entre los tuyos, con fuerza, con la poca que te queda.
 Te aferras a mí.
Un movimiento que lo resume todo.
Años, muchos años estando sin estar.
 ¿Cuándo fue la última vez que hablaste, que andaste, que reiste?
La vida estaba ahí para ti pero no te enganchaste a ella.
Sin embargo ahora, en estos momentos, cuando la vida se va, saltas, alcanzas en último cabo de esta cuerda que cada vez es más corta, reunes el esfuerzo del que no hiciste uso durante estos años y aguantas, te aferras a ella, como lo hace tu mano a mí en estos momentos.

No me sueltes.
No te sueltes.
No lo hagas.

Quizá, simplemente sea que estás cansado de vivir pero nunca se está lo suficiente como para dejarse ir.



  • 2. Ordenadores


A la hora de dormir el cuerpo se comporta como un ordenador al que hay que mantener en buen estado.
Antes de apagarlo hay que seguir una serie de pasos; primero nos despedimos de nuestros contactos, cerramos los programas que estaban siendo utilizados, desconectamos internet y al fin, nos disponemos a apagarlo, aunque esto también lleva su tiempo.
Este ritual lo llevamos a cabo las personas que usamos nuestro cuerpo y nuestro ordenador diariamente, se han convertido en acciones naturales, impulsivas pero sólo cuando llega el día de apagar el ordenador para siempre, de saber que no volverá a encenderse, cuando llega la hora de morir, entonces tomamos conciencia de todos esos pasos seguidos diariamente y los alargamos lo máximo  que nos es permitido. Algo lógico, ya que ¿a quién le gusta separarse de su objeto de ocio y distracción, a quién no le da miedo no volver a ser encendido?

Ha llegado su hora, va a ser apagado sin marcha atrás, él lo sabe y por esa razón alarga y realiza cuidadosamente todos los movimientos previos: se está despidiendo de sus contactos, de nosotros, de su familia, nos mira, nos busca, nos pide ayuda con la mirada (quizá corresponda a alguna de esas actualizaciones de última hora que te dicen: “por favor no apague ni desconecte el ordenador hasta que la actualización no se haya realizado con éxito”),
su disco duro fue vaciándose a lo largo de los últimos años y con el tiempo su capacidad de almacenamiento de datos se ha quedado obsoleta, ya le quedan muy pocos programas por cerrar, pero igualmente lo está haciendo muy despacio, sabiendo que tiene que aguantar por si quedará alguna posibilidad más, por si llegara un avance para su sistema operativo, pero en el fondo todos sabemos que no es así, que no va a llegar a tiempo, él también lo sabe y está cansado.
Pronto le tocará desconectar el internet, puede que ya lo haya hecho, pero prefiero pensar que no es así, no todavía. Se alejará del mundo exterior, a él no accederá la información internacional, ni si quiera la local. Sí, definitivamente, ya lo ha hecho.
Pero… ¿para qué sirve hoy en día un ordenador sin internet? Para muy poco, quizá solamente para jugar al solitario, nombre perfecto para este penúltimo paso.
Sin embargo, aunque no sirviera para nada, todos preferimos tener un ordenador sin internet a no tener nada, ¿verdad? Yo también, no me importa el estado, pero quiero mi ordenador, lo necesito, te necesito a ti, abuelo.


  • 3. Abuelo
Regalaste vida.
Una vez leí que hay sentimientos imposibles de plasmar con palabras, sentimientos que desbordan el alma, que te hacen sentirlo todo con más intensidad.
Me siento impotente por esto, lloro con una sonrisa sin poder encontrar el término exacto que describa cuanto y de qué manera te quiero, te agradezco y te necesito.
Lo has sido todo, nuestro inicio, nuestra génesis, nuestra raíz.
Has ganado a la muerte, que no te digan lo contrario, tú te has ido pero dejas trece personas viviendo gracias a ti, gracias a tu fuerza, a tu voluntad, a tu sudor, a tu amor.
Vivimos, sufrimos, queremos, lloramos, aprendemos, disfrutamos, ansiamos, tenemos, damos gracias por ti.
A ti.
No dejes de mandarme fuerza para llegar a ser la mitad de lo que fuiste tú mientras tanto yo… seguiré sin perdonar a la muerte enamorada, a la vida desatenta.

Nadie se va sin dejar una huella, ningún árbol se seca sin dejar la esencia en sus frutos.